Casi un centenar de personas colmó el salón de
Al finalizar la exposición, trabajadoras del SME, de la salud, profesoras y estudiantes universitarias, junto con activistas feministas, lesbianas y de agrupaciones de izquierda, integrantes de
Sandra Romero, de la Liga de Trabajadores Socialistas, que organizó el evento, hizo un recorrido sobre los acontecimientos más importantes de la lucha de clases en México, de la última década, para señalar el papel destacado que tuvieron las mujeres trabajadoras, campesinas, indígenas y estudiantes, pasando por la Comuna de Oaxaca hasta la reciente lucha del Sindicato Mexicano de Electricistas. Por su parte, Alejandra Sepulveda, integrante de la agrupación universitaria Contracorriente, señaló la necesidad de poner en pie, en México, una agrupación de mujeres que conciba la lucha por la emancipación desde la perspectiva anticapitalista, socialista y revolucionaria. En ese sentido, llamó a construir Pan y Rosas en México, para que junto con Pan y Rosas de Argentina, Chile, Bolivia y Brasil, se convierta en un poderoso movimiento de mujeres en Latinoamérica que retome las mejores tradiciones de las feministas socialistas de nuestra historia para aprender y también contribuir con las luchas de las mujeres trabajadoras y de los sectores populares.
Reproducimos, a continuación, la exposición de Andrea D’Atri:
Hace menos de un mes comenzaba un articulo sobre feminismo latinoamericano, hablando de economía… ¿qué tendrá que ver la economía con el feminismo? Empezaba planteando que aún los pronósticos más optimistas sobre la crisis mundial que se desató hace ya un año, incluyen la perspectiva de que, en un plazo no muy largo, en el planeta habrá 20 nuevos millones de personas desocupadas y otros 200 millones pasarán a vivir en la extrema pobreza. El Banco Mundial estima que ya 50 millones de personas han caído en esta situación.
Pero, como sabemos, ese impacto de la crisis no es ni será igual para todos: la mayoría de esas personas son y serán mujeres. Porque el capitalismo es un sistema monstruosamente obsceno en el que los 200 hombres más ricos del mundo poseen lo mismo que los 2500 millones de personas más pobres, entre quienes el 80% son mujeres y niñas.
Imposible referirnos al feminismo, entonces, haciendo caso omiso de este dramático telón de fondo de nuestro debate, que involucra –o mejor es decir que debería hacerlo-, las presentes y futuras condiciones de existencia de las grandes mayorías de las mujeres del mundo. Entre tanto, el feminismo se encuentra desperdigado en pequeños grupos o individualidades dispersas con diferentes grados de activismo y creatividad y múltiples organizaciones de “especialistas en temas de género”, que se relacionan con gobiernos e instituciones internacionales, pero que no cuestionan los mismos planes de expoliación que esos gobiernos o instituciones internacionales aplican contra las masas.
Podríamos preguntarnos entonces, ¿qué movimiento feminista, (entendido como movimiento político de liberación del conjunto de las mujeres) es posible seguir impulsando con esta colosal transformación económica, social y política en ciernes que implica una mayor pauperización de las masas femeninas, la crisis de la denominada “cooperación internacional” gestionada durante las últimas dos décadas por las expertas, y, por otra parte, el riesgo de aislamiento de los pequeños grupos activistas, hegemonizados por mujeres de los sectores medios ilustrados de nuestro continente, centrados en disputas ensimismadas de sentidos político-culturales?
Veamos, en primer término lo del feminismo institucionalizado…
Aunque suene paradójico, durante el período de mayor contraofensiva imperialista contra las masas, sus organizaciones y las conquistas heredadas de décadas anteriores, la agenda feminista se convirtió, en gran medida, en política pública de los Estados, los gobiernos y organizaciones interestatales, incluyendo los organismos financieros.
El feminismo, como movimiento radical setentista protagonizado por las mujeres en lucha por su emancipación, tuvo el mérito de imponer sentidos, alcanzando legitimidad entre públicos más amplios. Pero esta legitimidad también fue a costa de reconvertirse, en gran medida, en una plétora de organizaciones no gubernamentales, perdiendo su filo más subversivo. El feminismo obtuvo reconocimiento a cambio de integración. Legalidad a cambio del abandono de la radicalidad anterior. El clima resultante fue la desmovilización y despolitización del movimiento.
Mucho ha sido escrito por las feministas sobre este proceso; mucho fue lo debatido y muchas las crisis y rupturas que provocó en el movimiento feminista, especialmente en América Latina.
En tanto, funcionaban estos proyectos para el desarrollo y la promoción de un “feminismo de derechos”, lo que verdaderamente sucedió es que creció fenomenalmente la desigualdad y, sobre millones de mujeres, se descargaron las consecuencias más nefastas del ataque imperialista a las masas del continente.
En América Latina aumentó velozmente lo que se denomina la “feminización de la fuerza de trabajo”, donde la creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral fue a costa de una mayor precarización, con las peores condiciones y sin derecho a organizarse.
Durante este mismo período, los antiguos vejámenes se transformaron en ingentes “negocios”. La apertura de las fronteras para el comercio internacional, los paraísos fiscales, la concentración de mujeres jóvenes desarraigadas en enormes ciudades-factorías de fronteras, el crecimiento del tráfico de drogas y la corrupción permitieron que el tráfico de mujeres para snuff, pornografía, esclavismo sexual y prostitución se transformara en una colosal industria que alcanza a 4 millones de mujeres y 2 millones de niñas y niños cada año, produciendo una ganancia de 32 mil millones de dólares para los proxenetas (entre cuyas redes, no está demás aclarar que, siempre se encuentran políticos, empresarios, fuerzas represivas, funcionarios judiciales, religiosos, etc.).
¿Y qué hay para decir de los denominados derechos sexuales y reproductivos propiciados durante esta etapa? En decenas de países existen derechos sexuales y reproductivos, se respeta legalmente la diversidad sexual y se ha despenalizado el aborto. Podría decirse que hemos avanzado enormemente, siempre y cuando hagamos la salvedad de que medio millón de nuestras hermanas muere, cada año, por complicaciones en el embarazo o el parto, algo que, a esta altura del desarrollo científico y médico, debiera ser perfectamente evitable.
La crisis económica a la que hacíamos referencia al comienzo, ahora también profundizará aún más la crisis alimentaria que ya, con el aumento desorbitado de los precios de los alimentos de los últimos dos años, eleva a 950 millones la cifra de personas desnutridas en el mundo, mientras los grandes pulpos multinacionales introducen los cultivos transgénicos, talando bosques, agotando la fertilidad del suelo, propagando el uso de plaguicidas tóxicos y condenando a la extinción a las especies animales. Y también se reducirán los presupuestos para salud, educación y otros servicios sociales, haciendo recaer sobre la ya fatigosa doble jornada de trabajo de las mujeres, más tareas para la reproducción de la vida. Todo indica que la crisis ya tiene como consecuencia la caída de los recursos de la llamada “cooperación internacional”, lo que aumenta aún más la competencia entre las organizaciones sociales por ser las beneficiarias de su adjudicación.
El supuesto camino “realista” para conseguir la igualdad, transitado de manera gradual y evolutiva, o, incluso, la consecución de metas mucho más modestas y prosaicas en la búsqueda de mejorías para las condiciones de vida de las mujeres, es lo que, finalmente, se devela como lo verdaderamente utópico en los estrechos y asfixiantes marcos de las democracias capitalistas del continente, más aun bajo las circunstancias de la crisis económica mundial.
Pero, contra esta corriente que promovió la institucionalización del movimiento feminista, también surgieron grupos y corrientes feministas que resistieron a esta tendencia general. Porque, mientras la mayoría del feminismo se inclinó por una perspectiva reformista, desarrollada en el marco institucional diseñado internacionalmente por la ONU ; una minoría se alejó de la disputa por el poder del Estado, obligada a relegarse y auto-relegándose en la creación de “contracultura” y “contravalores” opuestos a los imperantes. Veamos, ahora, entonces, algo sobre esta otra perspectiva…
Lo que era una sana reacción contra la institucionalización que había absorbido las aristas más revulsivas del movimiento feminista, se convertía prontamente en una traba para el establecimiento de grupos militantes, activos, dispuestos a avanzar en la construcción de un movimiento de mujeres verdaderamente masivo, donde los reclamos avanzaran en el planteo de una transformación radical de la sociedad capitalista.
La impotencia, la frustración, el sectarismo y la fatigosa y permanente fragmentación fueron las consecuencias inevitables para una generación del feminismo, como sucede con todo grupo reducido en los márgenes a contracorriente. Eso obliga a un replanteo permanente de los aciertos y errores, a una búsqueda y profundización de perspectivas teóricas y praxis diversas y discontinuadas.
De esas crisis han surgido y siguen surgiendo nuevas elaboraciones productivas, aportes reflexivos, nuevas alianzas; pero lamentablemente, se trata más de una sumatoria de individualidades desperdigadas por el continente y de sus fructíferos intercambios, que de un verdadero movimiento con ansias de masificación.
Y no hace falta remontarse a la Revolución Francesa de 1789 o a la Revolución Rusa de 1917 para demostrar que frente a los grandes cataclismos sociales, políticos y económicos, las mujeres siguen siendo los destacamentos de vanguardia que enfrentan las crisis y las nefastas consecuencias que ellas entrañan para la vida cotidiana de las masas. Ya hemos visto luchar a las mujeres del altiplano boliviano en la Guerra del Agua; a las mujeres oaxaqueñas tomar literalmente el poder de la comuna, organizando la resistencia desde los medios de comunicación bajo su control. Las mujeres desocupadas de Argentina cortaron las rutas una y mil veces reclamando trabajo genuino y las trabajadoras de la textil Brukman pusieron a producir la empresa bajo control obrero, resistiendo el desalojo y la represión, en plena crisis nacional del 2001. Hemos visto a las feministas y mujeres en resistencia de Honduras, durante meses, estar al frente de la lucha contra los golpistas y, en las colonias más pobres de Tegucigalpa, vimos a las mujeres organizando el territorio y a la comunidad para resistir la represión del ejército y los sicarios.
En esos nuevos ímpetus de millones de mujeres trabajadoras y de los sectores populares radican las fuerzas de las que dependerá el futuro del movimiento de mujeres de América Latina.
Las feministas que sueñen aún con una sociedad liberada de toda forma de opresión, aquellas cuyas ansias de emancipación sigan intactas no sólo no pueden darle la espalda a estos sectores de millones de mujeres del continente que emergieron a la vida política en los últimos años, sino que tienen el deber de dirigirse hacia ellas, de nutrirse de sus luchas y colaborar con sus triunfos.
Proponerse la tarea de construir un movimiento de mujeres que se sostenga en la independencia política del Estado, de su régimen y sus instituciones; que se fortalezca en las luchas, arrancando todos los derechos que nos sean posibles y las mejores condiciones de existencia que pueda ofrecer este sistema de podredumbre y sometimiento, al tiempo en que socavamos sus cimientos, preparándonos para asestarle nuestro golpe definitivo y comenzar, entonces, la construcción de una sociedad liberada, definitivamente, de todas las formas de explotación y opresión que hoy pesan sobre la inmensa mayoría de la humanidad, pero doblemente sobre la vida y los cuerpos de las mujeres.
Para la inmensa mayoría de las mujeres del mundo, las crisis recurrentes del sistema capitalista no pueden aparejar otra cosa que más muertes, más explotación, más esclavismo, menos derechos… Entonces... ¿Qué haremos frente a la crisis que nos amenaza? ¿Qué rumbos adoptará el feminismo ante la solución de guerras, desempleo masivo, destrucción del planeta y más miseria que el capitalismo presentará para sobrevivirse a sí mismo? ¿Dónde está escrito que la lucha de las mujeres tiene que reducirse, como diría un filósofo posmoderno a “minimizar la crueldad”? ¿Vamos a plantearnos la perspectiva de una nueva sociedad, sin explotación ni opresión de ningún tipo o vamos a elegir el camino de las modificaciones de esta sociedad en la que vivimos, para atenuar, a lo sumo, algunos de sus más brutales abusos?
La disminución de los más brutales abusos, puede caer como migaja, para las mujeres, al pie de la mesa de esta democracia capitalista... pero esas migajas caen y caerán cada vez con menor frecuencia mientras arrecia una crisis descomunal. O serán derechos para unas pocas. O serán conquistas que duren algún tiempo, para luego ser barridas en las próximas embestidas de la clase dominante. Por eso consideramos que sólo desde la perspectiva de atacar al corazón del capitalismo es que el reclamo incluso de los derechos democráticos más elementales encierra un potencial subversivo. Por eso, luchamos para arrancarle a este sistema todos los derechos de los que las mujeres hemos sido privadas a lo largo de la historia; pero lo hacemos desde la perspectiva y con la estrategia del socialismo.
Debemos recuperar esa estrategia ahora cuando el sistema capitalista, en esta nueva embestida contra las mayorías explotadas y oprimidas del planeta (mayorías feminizadas), no deja más lugar para la ilusión de la integración que podría soñar el feminismo institucional y reduce aún mucho más el círculo de quienes pueden vivir creativamente al margen de una sociedad que se hunde, cada vez más, en la barbarie.
Como ha sucedido otras veces en la historia, confiamos en que serán nuevamente las mujeres más explotadas y oprimidas de nuestro continente las que impulsarán el surgimiento de un nuevo feminismo socialista que aún espera ver la luz.
Socialismo o barbarie, nos dijo Rosa Luxemburgo. Y hoy esa premisa adquiere una vigencia inusitada... especialmente para las mujeres, para las que no pedimos, sino que exigimos, nuestro derecho al pan, pero también a las rosas.
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